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Cuando a la vida le cierran las puertas

  • Foto del escritor: Akahata Comunicación Digital
    Akahata Comunicación Digital
  • 1 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

Por Christopher Valiente.


Al pasar del tiempo, cada vez resulta más difícil tener recuerdos nítidos de la niñez, bueno, por lo menos a mí me pasa, y creo que es algo común que le pasa a la gente. La mayoría de mis recuerdos se van haciendo más borrosos con los años, pues seguramente hay que ir haciendo espacio para los nuevos momentos por guardar. Pero hay situaciones que a pesar de que pasen los años, no se olvidan.


Aquel domingo, como otros, habíamos almorzado el tradicional asado de mi tío en su casa, estábamos entre primos y primas en la sala teniendo conversaciones triviales acordes a nuestra edad.


De repente, van mencionando noticias de que el Ykua Bolaños se estaba incendiando e iba tomando magnitudes enormes. Yo ni siquiera sabía qué era un "Ykua Bolaños" en ese momento. Luego entendí que era el nombre de un supermercado, y no cualquier super, pues mi prima trabajaba ahí de cajera. Entonces, nos pusimos a ver los noticieros hasta entrada la noche, esperando, en algún momento, verla salir con vida de ese lugar de terror.

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Foto: ABC.


Ada (Adita, de cariño), se llamaba. Una joven de unos veintitantos años que, como tantas personas, había migrado del interior a la capital, de un pequeño pueblo llamado San Juan, situado en el departamento de Ñeembucú a la capital. Una chica con una linda sonrisa que contagiaba alegría, un espíritu aventurero y toda una vida por delante.


Algunos días antes ella había ido de visita a mi casa, entre conversaciones y bromas con mi mamá, algún tereré, darle cariñitos a mi hermana, quien en ese entonces tenía poco más de un año, también jugaba conmigo. Yo le decía que no la quería y ella haciéndome cosquillas trataba de convencerme de que le diga que la quiero.


A tan corta edad y con tanta inocencia, yo no entendía y no podía concebir que habiendo tantas personas en peligro, alguien pudo haber ordenado cerrar las puertas en dicha situación, pero lo único que pedía era poder ver salir a Adita de ese lugar, para poder decirle que sí la quiero mucho.


A pesar de recostarme en la fe y pedirle tanto a dios, Adita, con otras 400 personas no lograron salir con vida de ese lugar, y como mi familia, otro centenar de familias lloraban desconsoladas a sus seres queridos.


Adita fue encontrada, según me habían contado, escondida, hasta el último momento cumpliendo la orden que venía desde arriba, que era cuidar a toda costa su caja con el dinero. Fueron muy pocas las quemaduras que tuvo, ella falleció asfixiada, con los pulmones llenos de ese humo.


Mucho tiempo tuvo que pasar para que yo pueda comprender que a todas esas personas las habían matado la ambición, la corrupción, la mafia de este sistema criminal que sobrepone lo material, la propiedad privada por encima de los seres humanos hasta hoy día vigentes.


De aquel tiempo me quedan un par de fotos, quizás de las últimas que se habrá tomado, de aquella visita que Adita nos hizo, un "te quiero" para un remitente que ya no está, y un recordatorio constante de por qué es necesario luchar por un sistema donde la vida de las personas importen. Ni olvido, ni perdón.

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